sábado, 25 de septiembre de 2010

Camino de Santiago de Aire Libre

Del 31 de julio al 7 de agosto, aprovechando el final del Campamento de Verano y el encontrarnos en el Norte de la Península, un pequeño grupo de tres socios de Aire Libre realizamos, como ya es tradición, el Camino de Santiago.

En esta ya cuarta edición nos decantamos por realizar la ruta jacobea del Camino Inglés que parte desde la localidad coruñesa de El Ferrol, a cuyo puerto arribaban los ciudadanos de las Islas Británicas en su peregrinación hacia la tumba del apóstol Santiago, de ahí su topónimo. Recordamos que en las tres ediciones anteriores partimos desde Orense por el Camino de la Plata en 2007, desde Tuy por el Camino Portugués en 2008 y desde Sarria por el Camino Francés en 2009. De este modo, cada año vamos descubriendo uno de los siete caminos principales de peregrinación a Compostela y con bastante probabilidad en la próxima edición descubriremos el Camino del Norte.

El mismo día 31, tras despedirnos con nostalgia de los compañeros del Campamento de Verano y de esa patria pequeña en que se está convirtiendo Boñar poco a poco, enfilamos nuestro particular periplo con destino a El Ferrol, enlazando un tren, el FEVE, y dos autobuses, uno atestado de peregrinos al ser Año Santo de León a Astorga y otro de gran lujo (clase Supra de Alsa) que nos condujo de la forma más cómoda posible desde la localidad maragata hasta nuestro destino en poco más de tres horas.

A la mañana siguiente, tras demorarse más de la cuenta las gestiones para conseguir las credenciales que acreditasen nuestro Camino en la Catedral de Ferrol, a eso de las once de la mañana iniciamos el reto de llegar ese mismo día hasta Miño, a cuarenta kilómetros de allí, tal como nos habíamos propuesto en nuestro libro de ruta. Curiosamente en la Catedral de Ferrol nos encontramos con un azulejo conmemorativo de la estancia del Padre Claret en dicha ciudad para predicar en 1858.

Y desde luego aquella casualidad no era tal, sino un presagio de que debido a la dureza de la etapa nos íbamos a tener que encomendar a su protección en más de un momento, especialmente a la salida de Pontedeume que despedíamos sorteando rampas que no tendrían nada que envidiar a La Bola del Mundo o al Angliru. Tras superar esa gran dificultad montañosa de la primera etapa y tras diez kilómetros de bajada, a eso de las diez de la noche y rozando el cierre del albergue conseguimos cama para un merecido descanso.

El parte de lesiones de la primera jornada era un tanto desolador, con múltiples ampollas y rozaduras y con el temor de que al día siguiente, para colmo de males, se presentaba ante nosotros la considerada por todos los peregrinos "etapa reina" del Camino Inglés, con cuarenta kilómetros de constantes subidas y bajadas y con una nueva dificultad montañosa de primer nivel a la salida de Betanzos. A todo ello había que unir que debido a la tardanza en llegar al albergue no habíamos podido cenar más allá de lo que de las mermadas provisiones de la mochila quedaba.

Por todo esto el día 2 de agosto, que ya se ha ganado un hueco en nuestras memorias como uno de los días más duros de nuestra vida, decidimos levantarnos más tarde y desayunar de forma contundente para recuperar fuerzas. Aun así al cubrir el tramo Miño-Betanzos y ante las advertencias de la dureza de los que se nos avecinaba, a punto estuvimos de tirar la toalla y quedarnos en algún albergue de esta última localidad. Pero después de almorzar un menú peregrino de esos que resucitan a un muerto y tirando de casta y pundonor decidimos continuar hasta Bruma, casi treinta kilómetros en una tarde, para cumplir el plan de ruta.

El trayecto se hizo durísimo no sólo por el perfil escarpado, que era la tónica general de la etapa, sino sobre todo por el sofocante calor que acompañó en todo momento. A pesar de las numerosas dificultades encontradas y, por un día más, cerca del cierre del albergue llegó el primero de los tres expedicionarios, que hizo las gestiones oportunas para conseguir cama para el grupo y que el hospitalero esperase la llegada de los rezagados. Además nuevamente y como era de preveer volvimos a quedarnos sin cenar.

Así que al día siguiente enfilamos los tres primeros kilómetros que según los lugareños restaban hasta el primer bar, en el cual nos pegamos un banquete de antología para reponer fuerzas del día anterior y guardar para los treinta kilómetros que habíamos de recorrer hasta Sigüeiro, fin de nuestra tercera y penúltima etapa. El calor volvió a hacer acto de presencia y en las largas rectas de la pista forestal por la que llegábamos a nuestra meta el sol de justicia y la falta de agua mermaron las escasas fuerzas que quedaban, por lo que aunque la longitud era menor, la etapa no se hizo ni mucho menos corta. La llegada la hicimos de forma escalonada según las sensaciones que cada uno tenía tras tres días de esfuerzos sobrehumanos, pero eso no impidió que degustáramos un suculento menú peregrino a eso de las cinco de la tarde, taurina hora. En el polideportivo de Sigüeiro aprovechamos la tarde para convivir en grupo y con el resto de peregrinos que ya conocíamos de anteriores albergues.

La llegada a Santiago, en etapa de tan sólo catorce kilómetros se hizo relativamente cómoda si comparamos con los mortificantes días anteriores, por lo que tuvimos tiempo de sobre para alojarnos, ducharnos y descansar un poco antes de darnos un homenaje a la altura de las circunstancias en el archiconocido Restaurante El Puente. En él dimos de nuevo buena cuenta de la gastronomía gallega, se cumplió la tradición de que Nacho Olea pidiese el plato de papas con mayonesa mientras que Meji, debutante en estas lides, y un servidor, preferimos el arroz con bogavantes. A la llegada al Hospedaje Fonseca decidimos descansar todo el cansancio acumulado, no sin antes ensayar algunos cánticos que animaron todo nuestro Camino.

A la mañana siguiente tras obtener la Compostela a primera hora nos dirigimos a la Misa de Peregrinos para, como manda el rito, comulgar, confesarnos y participar en un acto litúrgico, requisitos indispensables para conseguir la indulgencia plenaria. Además dimos el Abrazo al Santo y rezamos en su tumba como ordena la tradición aun no siendo condición "sine qua non", aplazando por las colas la entrada por la Puerta Santa, que dejamos para la mañana siguiente antes de nuestra partida de regreso.

De este modo, cumplimos con el dicho de año nuevo, Camino nuevo y el hecho de ser el primero que realizamos en Año Santo Compostelano nos ha animado más si cabe a emprender esta aventura, la cual recomendamos a todos aquellos a los que la salud se lo permita para que se animen a vivirla al menos una vez. Sin lugar a dudas, éste ha sido físicamente el Camino más duro de cuantos se llevan haciendo desde Aire Libre y al mismo tiempo espiritualmente el más reconfortante. Esperamos que desde la asociación se siga apoyando y que todos los años al menos tres socios caminen hacia Compostela en nombre de todos.

2 comentarios:

Paco Rubio dijo...

Me he quedado con ganas de hacer yo también el Camino Inglés después de la crónica. Supongo que os habrá encantado Betanzos, y que las etapas duras o habrán hecho ser "más peregrinos". No habéis sido los únicos que habéis llevado Aire Libre a Compostela este año Santo. A mediados de junio, con un tiempo espectacular, Blanca y yo caminamos desde Tuy. Un camino distinto a otros, con mucha uva de albariño naciendo, y con alguna que otra etapa dura. Ultreia y Suseia.
PD: Nuestra peregrinación cambió el Puente por un magnífico Gato Negro que todavía Blanca recuerda.

José María Medina dijo...

Gracias por el comentario y a ver si nos vemos en la acampada del Prior a más tardar como ya es tradición. El de Tuy para mí fue el segundo más duro de los que conozco después de éste por las subidas y bajadas sobre todo de Redondela a Pontevedra. El año que viene puede que caiga el del Norte desde Vilalba o así. Ultreia!!

PD: me apunto lo del Gato Negro para futuras ocasiones. La dueña del Puente ya nos conoce como "los del 4 de agosto" desde 2007 siempre ese día, jeje.